-CARTA A UN PADRE QUERIDO ESCRITA POR UNA HIJA DÍSCOLA.
En éstos días cercanos al aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II es imposible dejar de recordarlo. Cierto, no intentaré, porque es imposible, hacer una especie de “retrato” de un personaje tan difícil por ser a la vez un Papa que ha cambiado el curso de la Historia como aquellos del Renacimiento y por tanto tan grande, y por otra parte por su forma de ser y de estar en el mundo, tan humano. Grande y humano son cualidades difíciles de poner juntas. El “retrato” del Papa Juan Pablo II sería impracticable dada su enorme y polifacética personalidad. ¿Sería posible retratar un Huracán? No. Pues para mi él fue como un huracán que pasó por mi vida dejando una marca e incluso cambiándola. Lo recuerdo como a un padre, un padre al que he criticado y amado al mismo tiempo, alguien que ha ejercitado una influencia fuerte en mi vida. Por tal motivo no puedo por menos que comenzar en éste inusual y muy personal modo. Es como una carta a posteriori de una hija un poco díscola y rebelde a un padre querido que ya no está. Una hija oveja gris entre muchas otras blancas. Y por lo tanto la hija-oveja gris, comenzaría más o menos así. Querido Padre, permite que te llame en éste modo, déjame decirte que recuerdo muy bien cuando fuiste elegido Papa en 1978. Llegaste a Roma como una Fuerza de la Naturaleza. Algo así entre el tsunami o el huracán. No sabría como lo definiría mejor. Pero creo de poder afirmar que las tranquilas aguas del Tévere no estaban acostumbradas ni preparadas para semejantes estremecimientos. En ambos orillas del río romano, la vaticana y la italiana, había gentes habituadas al “tranquillo vivere”. Los tradicionales Papas italianos, una vez perdido el poder temporal de la Iglesia, practicaban el dialogo con la contra parte civil del otro lado del río con la voz pacata de la llamada más antigua y tradicional diplomacia del mundo, la diplomacia vaticana, sin crear agitaciones ni convulsiones. Era el Vaticano de la diplomacia con los diversos países del mundo y sobre todo con la vecina del otro lado del río, Roma capital de Italia con la que tenía subscritos los Pactos Lateranenses. Es también verdad que en los años 70, la sociedad italiana no había quedado fuera de los movimientos del mayo 68 francés. A eso se añadía el hecho de que la Italia de ese período era país-frontera en un mundo partido por la mitad por la guerra fría. En él pululaban los servicios secretos de los dos bloques, OTAN y Pacto de Varsovia. Ese era el teatro de la Italia que te encontraste a tu llegada. Espías, el Partido comunista más grande de Occidente, estudiantes y feministas en ebullición. Gobiernos italianos en general con buenas relaciones con la Santa Sede. Pero tu, querido Padre, eras otra cosa. Eras alguien a la que la mayoría de los italianos,católicos o no,tenían dificultad en comprender, sobre todo en lo referido a la “moral sexual”, ese tema fue duro de digerir y yo creo incluso que nunca se digirió en términos generales, pese a ser Italia un país a mayoría católica. Tus mismos fieles te querían mucho pero te comprendían poco en ese campo. Figúrate lo que tu fuiste para mi,joven política socialista, feminista habituada a la pancarta, a la protesta, frecuentadora de manifestaciones, la principal, mimosas en mano, todos los 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Por aquél entonces desfilaban por Roma, con sus mimosas en la mano, desde las abuelas con niño de la mano, amas de casa enfadadas , colectivos feministas pidiendo más derechos y hasta las monjas de los conventos de la capital protestando por ser escuchadas escasamente por la jerarquía católica. Un espectáculo variopinto a la vez de fiesta y reivindicativo. Un ritual femenino de primavera que se repetía cada año. Los movimientos de mujeres te consideraban una especie de marciano aterrizado en Roma. Todos tendían a justificar la cosa por el hecho de que eras polaco, muy polaco, y por lo tanto, como todos los polacos, muy tradicionalista y conservador. Digo justificar,porque pese a todo,se te veía con simpatía y se te escuchaba aunque sin entenderte del todo. Algo que ocurre con frecuencia entre padres e hijas. Pero tu eras mucho más. Tu eras la Historia misma. Tu eras la Historia con mayúscula de la tragedia europea en la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra con media Europa bajo la tiranía comunista. Tu “todo entero” eras la Historia de la cabeza a los pies. Por eso tu Pontificado tenía que ser como fue. Porque la Historia la cambiaste en su curso, le diste la vuelta como un calcetín. Tu fuiste un líder mundial histórico. Quizá La figura más relevante del siglo XX. En tu juventud, estudiante, actor, activista de la UNIA (movimiento de la resistencia),plantaste cara a los nazis y ayudaste a tus amigos judíos en dificultad con riesgo de tu vida. Te habrás revuelto en tu tumba oyendo a Richard Williamson, obispo léfèbvrista y sus tesis negacionistas acerca el Holocausto nazi. En la Polonia ocupada largos años por la Unión Soviética, todavía más, mucho más, obrero de la Solvay, seminarista, cura joven, escritor, poeta, obispo y cardenal, plantaste cara a los comunistas del mismo modo que habías plantado cara a los nazis. Pura fuerza y puro corazón. Pura Fe y pura hombría de bien. Puro huracán. Conocías el mundo obrero, lo habías vivido, ni entonces los dirigentes comunistas, ni después, cuando ya eras Papa, nadie habría podido explicarte nada que no supieras sobre los problemas de la clase obrera ni de los sindicatos. Por eso creías poco en quién en aquellos tiempos posteriores mezclaba en América Latina, quizá en buena fe, a Cristo con Marx. Fuiste artífice de la Historia apoyando al sindicato polaco Solidarnosc. Estaban “tus obreros polacos” en huelga en los astilleros de Dancing. Estaban en realidad todos tus polacos en pié decididos a no seguir más tiempo arrodillados frente a los generales. Y tuviste la fuerza de derribar lo que parecía no imposible de derribar. Solidarnocs fue la primera pieza del dominó a la que empujaste con un dedo. Fue el principio del fin del Imperio del Este. Tu. Tu sindicato. Tus polacos. Desafiaste al poder comunista mundial. Por ese motivo te intentaron matar los servicios secretos búlgaros aquél 13 de mayo de 1981. Aquél tentativo de asesinato nos hizo conscientes de la magnitud de lo que había sobre el tablero de juego. Los equilibrios en que se basaba el mundo de entonces estaban vacilando. Eran verdaderamente “las divisiones del Papa”las que hacían temblar el mundo comunista. Por eso había que acabar con el personaje como fuera. En aquella época me sentía lejana a la Iglesia. Pero de tu persona en algunas cosas me sentía muy cerca. En otras muy lejos. Encuentros y desencuentros. Tus batallas en defensa de los Derechos Humanos en todo el mundo determinaron esa cercanía. Recuerdo entonces trayectorias comunes entre la Iglesia y los movimientos de apoyo a los Derechos Humanos. En el Este Europeo y en America Latina. Recuerdo El Salvador, donde los católicos eran perseguidos por los escuadrones de la muerte y donde asesinaron el obispo Romero mientras decía misa. También asesinaron a su colaboradora Marianela Garcia a quién tuve el honor de conocer. Seguí de cerca las evoluciones y carambolas de la revolución Sandinista en Nicaragua. Conocí bien al Comandante Zero, Edén Pastora, que luego se rebeló contra el Gobierno del que él mismo hacía parte, así como hacía parte también el padre Ernesto Cardenal al que echaste una buena bronca por mezclar a Cristo con Marx. Fuiste muy severo en aquella ocasión como lo fuiste con los léfèbristas a los que soportaste inicialmente con cristiana paciencia para luego, imagino con dolor, separarles de la Iglesia. También en aquellos años fuiste el primer Papa que visitó la Sinagoga de Roma, abrazaste al Rabino Elio Toaff. Fue algo emocionante e inolvidable así como años más tarde y con el paso lento de la vejez sobrevenida, tu visita al Muro del Llanto de Jerusalén. Aquél tu empeño por ir pidiendo perdón por las culpas y errores pasados de la Iglesia te hizo grande. Quizá nada sea tan difícil en el cristianismo como perdonar y tu diste una lección al mundo. Nos diste una lección a todos. Cuando se desplomó el comunismo (¿o se puede decir cuando tu derribaste al comunismo?) afirmaste que aunque el comunismo había muerto quedaban sin resolver las injusticias de éste mundo creadas por el capitalismo y que eso había que afrontarlo aunque en otro modo. Problemas todavía hoy no resueltos, un desafío para la política y para la religión. Un problema que está ahí. Que todos tenemos que afrontar. Fueron cayendo como las fichas del dominó todos los países comunistas, y los que en aquellos años hacíamos política fuimos conscientes de tu fuerza que no consistía precisamente en las famosas “divisiones del Papa” que decía Stalin. Las “divisiones del Papa” eran su fuerza moral. Esa fuerza contribuyó como la principal entre las otras fuerzas que se jugaban en el mundo para darle la vuelta como un calcetín. Y el Monstruo se vino abajo como un gigante de barro. También en América las dictaduras de derechas fueron desmoronándose y comenzaron nuevos gobiernos democráticos. Recuerdo tu visita al Nicaragua post-sandinista y tu famosa foto paseando de la mano de Violeta Chamorro, nueva presidenta católica de aquél país. Tiempos nuevos. El mundo que tu dejaste al irte, y en el que tanto influiste, era mucho mejor que el que encontraste a tu llegada de joven y dinámico Papa que se iba a esquiar con Sandro Pertini (anciano presidente socialista de la República Italiana y amigo por ti muy querido).Fuiste un Papa joven lleno de vigor, fuerza y entusiasmo que hacía deporte y nadaba en una piscina vaticana. Algo nunca visto en aquél entonces. Fue después, corona de tu Pontificado, ese mundo nuevo surgido en 1989, liberado del comunismo, en gran parte mérito tuyo. Debo admitir que en aquellos tiempos mi admiración por ti iba siempre in crescendo así como la de tantas otras personas incluso fuera del mundo católico. Después de aquellos años tan importantes, por desgracia, llegó tu decadencia física, tu vejez llena de sufrimiento, aunque por ello no renunciaste a tus viajes y a tus actividades ni a organizar el jubileo del 2000. !Qué admirable fuerza la tuya! Llegaste. Llegaste con esa tu enorme fuerza de voluntad. Llegaste al 2000 habiendo cambiado el Mundo. Católicos y no católicos te admiraban y respetaban. Aquella fuerza que tu emanabas incluso en plena decadencia física, doblegado por el dolor, era algo inexplicable. Hiciste tu jubileo. Hiciste más viajes. Ingresaste una y otra vez en el Hospital. Tu vida se iba apagando poco a poco. Sábado 2 de abril del 2005. Todos seguimos trepidantes tu agonía con los ojos fijos en aquella ventana de tus estancias vaticanas. Es muy triste ver como muere un huracán. Es triste ver como de repente, tras ese huracán, todo queda en calma. Esa calma trae pena y vacío. Estuvimos todos contigo acompañándote en tu viaje final. Te fuiste. El Mundo quedó atónito ante tu muerte. La vida que se había ido, aquél viento huracanado que se había parado, había cambiado el curso de la Historia. Nunca tanta gente había corrido desde todas partes, a pié, en avión o en autocar, con mochila o con maleta para llegar a Roma a despedir a un Papa. Lo nunca visto ni imaginado. Millones de personas. A tu funeral asistieron todos los potentes de la tierra. Gente de todas las religiones y de todas las latitudes. A través de la televisión o esparcidos por toda Roma, te lloraban los no potentes. Todos aquellos a los que absorbiste en tu huracán. Aquellos a los que fascinaste, aquellos a los que envolviste con tus brazos paternos. El Evangelio sobre la tapa de pino . La brisa moviendo sus páginas. Todo un símbolo de lo que fue tu vida. El silencio de la ausencia. Nuestro huracán ya no está aquí. Se ha ido. Ese era nuestro pensamiento. Un vacío al que intentaba dar sentido la suave brisa abrileña de Roma Caput Mundi. Eso piensa hoy, transcurrido el tiempo, recordándote, una hija rebelde y díscola, en cuyo mente has quedado como un padre con el que algunas veces no se concuerda, otras si , pero al que se ama. A veces, cerrando los ojos, cuando me siento desorientada y triste, me parece sentir tu mano sobre las espaldas como si me quisiera reconfortar. Y puedo hasta sentir el ruido del Huracán que une el cielo con la tierra. Porque el Huracán es un viento que de verdad une el cielo con la tierra. Ese Huracán has sido, eres tu, querido Padre.
2 de abril 2009 IN MEMORIAM
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