miércoles, 8 de abril de 2009

ENCUENTRO EN EL DESIERTO



-LE VÍ A LO LEJOS.
-LOS HUMANOS SENTIMOS ANGUSTIA Y SOLEDAD EN EL DESIERTO.
-ME TENDIÓ SU MANO AGUJEREADA Y TOMÓ MI MANO INDECISA.



Le vi a lo lejos. Su silueta se recortaba en uno de esos horizontes encendidos que iluminan el atardecer del desierto.
Estaba solo, sentado, perdido en sus pensamientos.
Me detuve a contemplar la delgada figura escondiéndome tras una roca.
Es difícil esconderse en el desierto.
Pero allí me paré porque sentía un profundo cansancio. Aunque mi desierto es intemporal, mi sensación de estar perdida, sola y desorientada es real.
Diría que éste mi caminar sin saber bien a dónde voy dura siglos y que el desierto no es algo que está fuera de mi sino en mi interior.
Lo mío es caminar por éste desierto con el desierto dentro, como si el desierto y yo fuéramos la misma cosa.
En el desierto hay espejismos.
Yo he sido víctima de éstos espejismos en mil modos diferentes. Siempre he corrido tras esas ilusiones con el convencimiento de tocar con mis propias manos una realidad capaz de dar sentido a mi vida.
Pero por maravillosa que fuera la apariencia no encontraba tras mis dedos otra cosa que no fuera piedras o arena.
Pero no había perdido nunca la esperanza de encontrar alguna vez a aquél personaje del que todos hablaban con opiniones contrastantes llamado Jesús de Nazaret.
Y digo que no había perdido la esperanza porque me habían contado que después de la salvaje ejecución perpetrada por los romanos había vuelto del Reino de la Muerte. Si. Había resucitado.
No. No es una alucinación mía provocada por el desierto. Digo bien. No desvarío. Dicen que verdaderamente ha resucitado.
Dicen también que ha visitado a sus seguidores creando enorme desconcierto a Poncio Pilato. Es lógico. Nunca estuvo éste convencido de obrar con justicia habiéndole aplicado la pena de muerte. Dentro de sí sabía que condenaba a un inocente. Incluso pensaba de haber ajusticiado a una persona de naturaleza divina. Era consciente del hecho de que pasaría a la Historia como un gobernante estúpido, injusto y blando indeciso.
Había mandado colocar soldados romanos a la puerta del sepulcro. Pero nada. El galileo había desaparecido y los judíos estaban indignados con él y se mofaban de la incompetencia del Imperio.
Y allí estaba yo contemplando al hombre solo. ¿Sería él? ¿Sería yo capaz de hablarle y formularle preguntas? ¿Porqué mi instinto me decía que si, que aquél hombre era a quién yo buscaba? ¿Y porqué sentía yo aquella sensación de miedo y de angustia que me había convertido en una roca más del desierto?
Sobre todo quería preguntarle si Él sabía porque yo me había convertido en el desierto mismo por dentro y por fuera.
Piedra y arena.
Los humanos difícilmente logramos evadir los espejismos, esas trampas que nos tiende el desierto. Caemos mil, millones de veces, en las mismas estúpidas trampas, hasta que nos engulle el mismo desierto y somos piedra y arena.
Arena y piedra.
Unas veces somos engullidos por nuestra insaciable ambición de Dinero, otras por nuestro enorme afán de Poder sobre los demás, o bien por nuestra hambre desmedida de Saber lo último de lo último y mucho más que cualquier otro.
Siempre tenemos la presunción de ser capaces de soslayar los espejismos del Dinero, el Poder y el Saber. Pero no es así.
El Dinero, el Poder y el Saber pueden más que nosotros, nos arrastran, nos derriban y nos hacen morder el polvo una y otra vez.
Nos parece de ser capaces de dominarles pero siempre son ellos quienes nos dominan.
El Dinero es efímero como las arenas del desierto.
El Poder es como un águila que nos aferra con sus garras y nos lleva a lo mas alto, nos ilusiona superar en altura a las nubes, pero cuando estamos allá arriba, nos suelta de golpe,y cuanto más altos estamos, más fuerte es la caída.
Culebras, polvo y arena.
Así nos deja el Poder cuando caemos.
La insidia más grande está en el Saber. Porque el Saber humano es un maravilloso tesoro, el problema es cuando nos creemos sus únicos propietarios. Cuando lo usamos en propio beneficio, cuando nos sirve para acrecentar nuestro Dinero y nuestro Poder. Cuando ese Saber nos convierte en manipuladores y tiranos.
La Sabiduría es siempre humilde. Los hombres casi siempre soberbios.
No sé porque pienso todo ésto aquí en medio al desierto.
Quizá será porque las respuestas que espero del Hombre del desierto sean esas. Pero el Hombre sigue ahí sentado envuelto en una luz que no sé si es su propia luz o la luz del atardecer.
Tengo miedo. Muchísimo miedo y angustia. Me gustaría preguntarle también porque los seres humanos tenemos siempre éste miedo.
El miedo, ahora que me he convertido en parte del desierto, es lo único que me hace humano.
Diría más. El miedo lo compartimos los seres humanos con todos los seres vivientes.
Los otros seres vivientes tienen miedo de ser devorados por nosotros. Nosotros los humanos tenemos miedo de devorarnos entre nosotros mismos.
Tenemos también miedo a estar solos en éste enorme Universo. Aunque estemos en medio a otro seres humanos, en realidad estamos solos con nuestra propia conciencia.
Cada uno de nosotros es único y está solo.
Culebras, piedra y arena. Eso es el hombre en su miedo y su soledad.
El Hombre volvió la cabeza.
Sentí su mirada en mi.
En su mirada había toda la luz del Universo.
No fui capaz de articular palabra. Mis preguntas es como si hubieran sido absorbidas por su mirada. El silencio era total.
Me tendió su mano agujereada.
Aferró con fuerza mi mano indecisa.
No dijo nada.
No dije nada.
No era un espejismo.
Era real.
Empezamos a caminar por el desierto.
Me conducía de la mano.
Recuerdo que en mi niñez ese era el modo en que me conducía mi madre y que entonces yo no sentía miedo ni soledad.
No siento más miedo.
No siento más soledad.
Ya no soy piedra.
Ya no soy arena.
No sé porque él me conduce.
Me impresiona su mano fuerte y agujereada.
Me pregunto porqué me conduce de la mano.
Al fin y al cabo no lo merezco.




LA PASIÓN.INMERSIÓN. 4.Fin.

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