-CUANDO LO
GRANDE SE HACE PEQUEÑO
-UNA
RENUNCIA QUE PASARÁ A LA HISTORIA
-LA RENUNCIA
PUEDE SER TAMBIÉN UN PASO IMPORTANTE EN LA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA
CATÓLICA
No se puede
negar que la decisión de renunciar a la silla de San Pedro por parte
del papa Benedicto XVI es un acto de grandeza histórica.
No estamos
acostumbrados ya a gestos de grandeza histórica. Nadie dimite,
abdica, renuncia a su “poder y a su gloria”.
En la
iglesia hay que remontarse al S.XIII para encontrar un papa que
renuncia al pontificado, en la persona de Celestino V.
El estado
del Vaticano es diminuto, pero al papa le siguen 1.200 millones de
personas de religión católica esparcidas por toda la tierra, y si
recordamos los últimos funerales de un papa, los de Juan Pablo II,
recordamos la cantidad de líderes y ex-líderes de todo el mundo que
participaron al acto. Quizá porque el mundo carece de líderes
espirituales y la figura del papa tiene ese significado no solo para
los católicos sino para muchos cristianos no católicos y para
personas incluso no creyentes.
Todos se
preguntan, nos preguntamos, el porqué de esa decisión tan
inconsueta.
Posiblemente
Benedicto XVI ha vivido un pontificado de mucho sufrimiento, como él
mismo ha dicho en su despedida, “cuando la barca de Pedro a veces
se ha encontrado en medio del temporal y Jesús parecía dormir”.
Por ejemplo el terrible escándalo de la pederastia y las puñaladas
del Vatileaks han podido ser un peso insoportable para la fragilidad
de un anciano que cada día más parecía “un cordero rodeado de
lobos”, según expresión usada por el mismo Osservatore Romano,
órgano oficial de la Santa Sede.
El misterio
que ha turbado tanto al papa está escrito en el Informe de los tres
cardenales que dirigieron una comisión de investigación sobre los
hechos del Vatileaks y que ha dado lugar a numerosas especulaciones y
rumores en la prensa.
En los
últimos años del pontificado de Juan Pablo II, dada la gravedad y
deterioro de su salud, es posible que el papa hubiera delegado a la
curia la administración del Vaticano, y que el mismo Benedicto XVI,
intelectual de gran valía, profesor, escritor, teólogo y filósofo
hubiera también delegado las cosas de la administración vaticana,
aunque ciertamente cogió el toro por los cuernos con determinación
cuando el terrible escándalo de la pederastia. Ante ese problema
enorme el papa no se encogió y lo afrontó.
Ríos de
tinta se han derramado sobre los problemas de la banca vaticana y
sobre el vatileaks. Eso era ya demasiado y el proceso al “mayordomo
infiel” Paolo Gabriele no ha portado luz alguna
Es posible
que, dada la ancianidad del pontífice, se hubieran formado al
interno de la curia romana grupos de poder en lucha unos con otros en
modo muy poco edificante y que nos trae a la memoria las intrigas
renacentistas en pleno S.XXI.
Es probable
que Benedicto XVI, recordando los últimos años de grave enfermedad
de su predecesor, haya consultado con la propia conciencia si sus
fuerzas eran las necesarias y convenientes para afrontar tan grandes
problemas.
Y que su
conciencia le haya respondido que no, que no tenía ya esa fuerza.
Benedicto
XVI ha tomado conciencia del propio límite y en un acto a la vez de
valentía enorme y de igualmente enorme humildad, de grande que era
ha querido hacerse pequeño y renunciar.
El suyo no
solo ha sido un acto de valentía sino también “revolucionario en
su novedad” .
La iglesia
del siglo XXI probablemente deba de ser diferente a la del S.XX. El
papa Juan Pablo II y el mismo Benedicto XVI, pertenecían a la
generación que vivió la segunda guerra mundial, cada uno en un
bloque antitético al otro.
Del Concilio
Vaticano II han pasado ya más de cincuenta años y tantas cosas han
cambiado en la sociedad.
Todo ha
cambiado.
También el
papa ha cambiado una tradición centenaria.
¿Su
renuncia es también un mensaje?
Europa y
Occidente no son ya líderes ideológico-político-económicos
mundiales, millones de personas de Oriente, América Latina o África
quizá puedan aportar fuerzas renovadas.
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